20 de marzo de 2012
Por: Miguel Páez Caro, Director "Ibagué Escribe y Cuenta"
(*) Este ensayo fue publicado en marzo del año 2012, con motivo de los 35 años de fallecimiento del escritor Andrés Caicedo Estela, como parte de la investigación en estudios literarios de la Maestría en Literatura de la Universidad del Valle.
“Hay gente que puede ser poeta y bailarín al mismo tiempo. Pero yo no puedo. Yo soy un hombre melancólico”. Andrés Caicedo
1. Vasos comunicantes de una pasión literaria
Treintaicinco años después de su muerte Andrés Caicedo sigue sorprendiéndonos. Desde aquel 4 de marzo de 1977, fecha en que se suicidó con una absurda dosis de tranquilizantes, su obra sigue despertando admiración y él mismo se ha constituido en una de las figuras representativas de la literatura urbana en Colombia.
Más allá de esas consideraciones que hablan de una leyenda que continúa acrecentándose, Andrés Caicedo es un autor que, no obstante su corta vida y su indefinible obra, ha marcado una etapa importante de la literatura colombiana. He aquí algunas consideraciones en torno al autor vallecaucano.
Antes del análisis cabe un apunte personal sobre Leonardo Abonía, estudiante de Maestría en literatura de la Universidad del Valle y uno de los investigadores más rigurosos de la obra del escritor caleño. Gracias a Abonía tuve conocimiento en el año 2009 de un compendio de narraciones cortas en el que leí Besacalles, un relato en el que un homosexual cuenta sus aventuras con muchachos en la avenida sexta de Cali. Al leer dicho relato sentí que el estilo de Andrés Caicedo se asociaba al de Vargas Llosa: pasión por la literatura, anteposición de creación artística sobre cualquier otra consideración y esmero por la narración en la que confluyen acción e historia (Guelbenzu, 2010). Es decir, en Besacalles, así como en gran parte de la obra de Caicedo, se develan una serie de vasos comunicantes con la obra del autor de El elogio de la Madrastra: en ambos resalta el heroísmo de lo cotidiano, la comedia dramática y la aventura literaria. Sin embargo, el elemento que más enlaza con la obra de Vargas Llosa, si nos remitimos a sus obras más representativas (La ciudad y los perros en Vargas Llosa y ¡Que viva la música! en Caicedo), es que los protagonistas son jóvenes, es decir, personas en formación (adolescentes, inexpertos, arriesgados) para quienes la vida es una cosa difícil de sobrellevar.
Sin recurrir a una extensa bibliografía se concluye, además, que otra de las grandes influencias de Caicedo es Edgar Allan Poe. Dicha afirmación resulta fácilmente evidenciable en La Mar, novela en la que Caicedo plasma lo más agudo de su concepción poeiana de la realidad.
Dado lo anterior, cabe preguntarse cuáles son las características más importantes que permiten definir al escritor caleño. A continuación se exponen algunas consideraciones al respecto.
2. Mundo juvenil y rebeldía
El
primer elemento que vale la pena resaltar es el mundo juvenil. De ahí que el
lector se encuentre, como en el caso del cuento El atravesado, con situaciones que les suceden a los jóvenes en el
colegio, en las esquinas del barrio, en los paseos al río Pance, en las peleas de
pandillas, en las calles de Cali. Mundo juvenil que describe, por otra parte, la
realidad de los chicos con una naturalidad única, ya que utiliza su lenguaje,
su forma de ver la vida y, sobre todo, su música, que es lo que vemos reflejado
en la novela ¡Que viva la música! Pero
el mundo juvenil de la obra de Caicedo es un mundo que plasma la rebeldía de
una época en la que ser joven significaba luchar por unos ideales. Es así como los
personajes de las historias de Caicedo, a pesar de ser chicos pendencieros y
consumidores de droga, no tienen miedo de mostrar su rebeldía frente al mundo de
los adultos, mundo que les impone normas represivas cuyo único objetivo es
castrarles la imaginación.
Fuente: https://www.alibrate.com/
3. Elogio de la ignorancia
El segundo elemento es el asombro que sienten los jóvenes por el mundo que les rodea, el cual aparece claramente revelado en la novela ¡Que viva la música! En efecto, cuando la mona (la protagonista de la novela) conoce por primera vez el río Pance, exclama “¿Cómo es que no lo había conocido?”. Esta pregunta, llena de admiración e inocencia, es la manifestación de quien enfrenta el mundo con un sentido de novedad; alguien que descubre algo nuevo, pero no solo por el capricho de conocer sino por la necesidad de experimentar las sensaciones que genera lo desconocido.
Es decir, los chicos son, en la obra de Caicedo, personajes que aparecen en un primer momento como seres aún no contaminados por la mirada apática y fría de los adultos. En este punto cabe destacar que, así la mona se convierta al final en adulta por la cantidad de tragedias que le corresponde vivir, en un principio ella ve a los adultos como aquellos que han perdido capacidad de asombro. Así, el mundo adulto, en tanto ha perdido el asombro, reprime las pulsiones del joven para que este sea domesticado y para que cumpla las normas que establece la sociedad planeada y fraguada por los adultos. Porque además la adultez encarna la idea sexista de la superioridad del macho sobre la hembra. De ahí que la protagonista de ¡Que viva la música! sea una mujer, la mona, una muchacha que, como pasa en tantas ocasiones, termina en la degradación y en la prostitución debido a que el mundo adulto y machista la somete y la margina, por ser joven y por ser mujer.
Pero, si el mundo adulto es lo contrario del mundo juvenil (lleno de asombro y rebeldía), ¿Cuál es el sentimiento que prevalece en las relaciones entre jóvenes y adultos? Ese sentimiento es el rechazo, rechazo que no es otra cosa que una interpelación al sistema educativo (profesores, instituciones, padres de familia, etc.), porque, como dice Muñoz (2007), el sistema educativo “sacrifica la fantasía e imaginación propias del niño, en aras de una formación unilateral y rígida (por no decir carcelaria), para conseguir personas obedientes, olvidando que ese niño es fuente de creatividad antes que depósito de la misma”.
4. Manifiesto político-literario
Por último, es claro que en la obra de Caicedo predomina una acción política que va desde la pose revolucionaria de los rockeros del norte de Cali –que leen El Capital de Marx (obra famosa entre los jóvenes caleños de la época) –, a los chicos del sur que escuchan salsa y que empiezan a apropiarse de un sentido revolucionario real, a partir de canciones como Agúzate o Amparo arrebatos de Richie Ray y Bobby Cruz. Es así como en ¡Que viva la música! la mona, cansada de los amigos del norte de Cali que se reúnen a escuchar a los Rolling Stones y a leer El Capital, decide un día no levantarse temprano y huir hacia los bailaderos del sur de la ciudad para escuchar la salsa de Richie Ray y Bobby Cruz; para empezar a conocer de cerca algo que en las casas de los niños ricos del norte parecía una teoría: la revelación de la cruda realidad del pueblo latinoamericano, marginado y explotado.
Es decir, la “niña bien”, por efecto de la música, se convierte en una rebelde que nos narra sus desdichas en medio de una sociedad en la que reina la desesperanza. Cuenta la mona: “Era una niña bien. No, qué niña bien, si siempre fue rebuzno y saboteo y salirle con peloteras a mi mamá.”
Esta decisión de abandonar los amigos del norte de Cali, su música rock y su pose revolucionaria, es quizá la expresión más clara de la acción política de la novela de Caicedo hacia lo que él consideraba la soledad impuesta por la marginación del sistema, ese sistema en que el mundo adulto reinaba y cuya definición verdadera es la de un mundo de aburrimiento en el que los jóvenes poco o nada tienen que hacer. Tal vez por esa razón es que Caicedo muestra al final de su novela a su protagonista convertida en una prostituta, porque, según su visión, a los jóvenes no les queda otra salida. Es contra esa tiranía y contra el aburrimiento, aburrimiento expresado en un estado de cosas que siempre intentará marginar a la juventud, que Caicedo escribe.
Andrés Caicedo sigue hoy –ya sea en una fatua librería de la capital o en una biblioteca de un barrio marginado de Cali o Medellín– enseñándonos la cara de esos héroes solitarios que son los jóvenes. Porque para los jóvenes de cualquier parte del mundo asumir el reto de vivir es ya una actitud política. Gracias a esas características Caicedo se sigue leyéndolo con la misma novedad y curiosidad con la que lo leían los jóvenes de finales del siglo pasado, despertando en muchos jóvenes el deseo de asumir el reto de plasmar en palabras su rebeldía contra el mundo de los adultos, mundo cada vez más aburrido y excluyente.
Referencias
Abonía, L. (2009). Bajo la lente de los testigos. Universidad del Valle.
Guelbenzu, J. (2010). ¿Qué clase de novelista es Mario Vargas Llosa? Sección Cultura, Diario El País, España. Recuperado de https://elpais.com/diario/2010/10/09/cultura/1286575204_850215.html
Muñoz, L. (2007). ¡Que viva la música!: morir de desencanto o contra la pared. Bogotá.