Por: Miguel Páez Caro, director Relata Ibagué
Seda es una novela del escritor italiano Alessandro Baricco, publicada por primera vez en 1996 y traducida al castellano por Mario Jursich para la Editorial Anagrama. Desde la primera página el autor nos advierte sobre lo particular de su historia cuando afirma: “había terminado por ganarse la vida con un oficio insólito, al cual no le era extraña, por singular ironía, una característica tan amable que traicionaba una vaga entonación femenina.” Baricco empieza por hablarnos de gusanos de seda, no porque el tema central sean esos curiosos animalitos, sino porque desea generar expectativa sobre algo insólito, excéntrico y como dice Baricco, casi femenino. No porque lo que se asemeje a la feminidad tenga algo de anómalo, sino porque quiere resaltar un rasgo que para la época (mediados del siglo XIX) podía resultar exótico, dado el moralismo y el machismo que imperaba.
Gusanos, seda y viajes. Sobre todo viajes. Baricco habla de los muchos viajes que realizaba Hervé Joncour, y en eso nos conecta con el gran género de los viajes en la literatura, que va desde Ulises, pasando por Marco Polo, hasta los célebres viajeros de la modernidad como Cristóbal Colón, Pigafetta, Gulliver y el propio Jim Hawkins, protagonista de la novela de aventuras y viajes La Isla del Tesoro. No sé si de manera involuntaria o adrede Baricco evoca con los viajes de Hervé Joncour, a Marco Polo, uno de sus paisanos más célebres y quien diera a conocer a toda Europa la magia y riquezas de Oriente con sus viajes. Hervé es un Marco Polo, solo que en el siglo XIX y solo que más enamorado. En efecto nos dice que “atravesaba mil seiscientas millas de mar y ochocientos kilómetros de tierra. Escogía los huevos, discutía el precio, los compraba. Después se volvía, atravesaba ochocientos kilómetros de tierra y mil seiscientas millas de mar y entraba de nuevo en Lavilledieu, de ordinario el primer domingo de abril, de ordinario a tiempo para la Misa Mayor” (pág. 4).
Para nosotros como escritores este es un elemento a resaltar, ya que los viajes han sido y seguirán siendo un excelente motivo para escribir buena e interesante literatura. Basta recordar la importancia que tienen en la actualidad los blogueros y los Youtubers, esa nueva generación de literatos hipermediales, que construyen una narrativa en la que el elemento común es andar continuamente de viaje. Deteniéndome en ese aspecto, Seda parece mostrarnos lo efímero del tiempo, lo rápido que transcurre la vida cuando vamos de aquí para allá y cuando intuimos que la muerte nos puede acechar en un solitario camino o en un abismo insondable.
El otro elemento, no menos importante, es el amor. No cualquier tipo de amor. Se trata de un amor incomprendido, frustrado, fracasado, aunque no estéril. En ocasiones el amor saciado puede caer en la esterilidad, pero la literatura está llena de ejemplos en los que el amor frustrado ha sido el germen de las mejores aventuras, como es el caso de la Comedia de Dante, un viaje donde el protagonista decide viajar por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, solo por encontrar a su amada Beatriz, la mujer por la que ha decidido decir lo que jamás se dijo de mujer alguna. Una búsqueda en la que el poeta no se satisface porque al encontrarla, hacia el canto XXII del Paraíso, ella le reclama por empecinarse en buscarla. Todos alguna vez, como Hervé Joncour o como Dante, hemos sido desairados por la persona a la que amamos y ese desaire, en vez de doblegarnos o hacernos desistir, nos anima a escribir versos, cartas y páginas de diario que solo sacian nuestra necesidad de buscar el amor donde solo hay olvido.En ese sentido, Seda evoca la novela El desierto de los tártaros, de Gino Buzzatti, otra novela escrita por un italiano donde se describe un continuo viaje en el que el alma del protagonista y del lector experimenta una metamorfosis
¿Qué elementos aporta Baricco con esta novela al trabajo de los escritores? Un elemento clave para un escritor contemporáneo de novela es el uso del lenguaje y el cambio de ritmo. En eso Baricco es un maestro del manejo de los párrafos y del ritmo en la narración, elementos que hacen más agradable la lectura y que abren espacios para la interacción con el lector como sujeto que se ve motivado a participar con su imaginación en la construcción del relato. “Un escritor solo comienza un libro, un lector lo termina”, afirmaba el poeta Samuel Johnson.
En este análisis de la participación del lector en la construcción del relato que deja abierto Baricco con sus silencios, anhelamos una mayor profusión de palabras que expliquen los paisajes, los sentimientos, las emociones. Pero eso lo anhelamos desde nuestra ansia de despilfarro que se carcome hasta aquellas cosas que son intangibles, porque en nuestros tiempos el consumismo también es una epidemia del alma. Baricco, por su parte, nos responde con unos capítulos cortos, pletóricos de silencios y con una inagotable cascada de frases sugerentes y sentimientos callados que nos permiten participar del relato en la reconstrucción de los hechos. En ese sentido, Baricco es un escritor cuya economía lingüística y narrativa nos hace más pródigos como partícipes del arte de la lectura.
Otro
tema a revisar es el de los personajes de la historia, unos personajes en
apariencia pasivos. Se podría reclamar que los lectores preferimos los
personajes decididos, con conflictos y ambigüedades; queremos que sean arriesgados,
que se aventuren a situaciones inesperadas. Hervé Joncour, personaje principal de Seda, es temeroso, indeciso, silencioso. Sus palabras en los diálogos son escasas e incluso imprecisas. En defensa de Baricco está el hecho
de que su historia se sitúa en una época en que la moral estaba por
encima del amor. No era común que un hombre anduviera por ahí alardeando de sus amantes. Quizá ese moralismo, del que no se puede sustraer Hervé, es el
que lo lleva a negar el amor que siente por una mujer ajena en un país extraño.
No solo esconde ese amor, sino que jamás se decide a abandonar a
Heléne, su mujer. Al final, por la pasividad propia del personaje o por capricho de su creador, Hervé termina
descubriendo que el verdadero amor estaba en su propia casa. En esto Baricco nos muestra el más fiel ejemplo de lo que es un escritor consciente de su labor creadora: cuando escribimos
somos pequeños dioses; disponemos de los destinos de los personajes a nuestro
antojo; la clave está en narrar las vidas de los personajes con tal maestría
que el lector termine hablando de ellos como si fueran los vecinos de su
barrio, que es lo que logra Baricco al convencernos por unos momentos de que en
efecto la historia de Hervé Joncour y Heléne sucedieron en un pueblo de Francia
de mediados del siglo XIX en el marco del comercio de huevos de gusanos de seda desde Japón hacia Europa. Una pura ilusión de sentimientos perdidos que termina por probarnos como lectores y espectadores de los problemas más comunes a la condición humana.