La originalidad del Ulises de Joyce

Por Miguel Páez Caro, director de Relata Ibagué

Algunos críticos suelen afirmar con cierta exageración que en Colombia sólo diez personas han leído el Ulises de James Joyce. Mitos que se tejen en torno a los libros que han obtenido reconocimiento universal. Lo paradójico de esta exageración es que previene a los que se aventuran a leer una de las novelas sobre las que hay más prevención. Se dice que los lectores colombianos del Ulises han creado una sociedad que programa reuniones y comparte manuales de lectura, excentricidad que termina por alejar a lectores y curiosos.

Los que no logran crear prevención lanzan juicios descalificadores. Porque al Ulises, como a muchas otras obras catalogadas como clásicos de la literatura, también les resultan sus detractores. Ventajas que tiene esto de hablar de literatura y en la que se hace realidad aquello de que nadie tiene la última palabra. Nicanor Parra, el poeta chileno famoso por la antipoesía, decía: “libro más aburridor que el Quijote no hay”. Mark Twain declaró después de leer Orgullo y prejuicio de Jane Austen: “Cada vez que la leo me entran ganas de desenterrarla y golpearle en el cráneo con su propia tibia”. De la Comedia de Dante dijo Miki Otero en el diario El País de España que es “crucial en la superación del pensamiento medieval y ácido como un limón en los ojos gracias a los comentarios sobre su época”. A Paradiso, de José Lezama Lima, se le acusa de “exuberante en su prosa como un árbol cargadísimo de fruta, (pero) un infierno para demasiados lectores”. Del Ulises dijo Jiménez Serrano (2014) que peca por su “vocabulario inabarcable y el lento avanzar de la acción”. 

Parece que todos podrían ser incluidos en la lista de libros que deberían ser quemados, sugerida por el novelista británico Nick Hornby. Cabe recordar las palabras del Quijote cuando afirmó que “no hay libro tan malo que no tenga algo bueno”. Muchas cosas se pueden afirmar sobre las obras literarias. Uno puede leerlas o denigrar de ellas. Pero hay episodios que se graban de manera indeleble. El ejemplo es el pasaje del Ulises en el que Leopold Bloom, protagonista de la novela, lee el cuento El golpe maestro de Matcham, de Philip Beaufoy

Estamos al final del Capítulo IV de la primera parte del Ulises. Joyce narra que Leopold Bloom va al retrete después de haber comido un riñón de cerdo y de haber hablado con Molly, su mujer, sobre ciertos libros. Mientras hace sus necesidades hojea el periódico. Va directo a la sección literaria. Encuentra el relato de Beaufoy, joven prospecto de la literatura dublinesa. Lectura intermitente. Esperanza de una evacuación satisfactoria. Le atrae mucho. No el relato del señor Beaufoy, sino cumplir con el sagrado rito de defecar. ¿Qué es lo que dice el relato? Ah, sí: que Matcham recuerda la maestría con la que conquistó a una risueña gatita… Intestinos desalojando. Olor fétido. Así es de cruel todo. ¿La literatura contemporánea? No: defecar. Sobre todo para un hombre que ha desarrollado el hábito de leer periódicos mientras intenta vencer el estreñimiento. ¿Y eso es arte? Como la literatura contemporánea, señor. Ya ha llegado al vacío total. ¡Qué descanso! El séptimo cielo si existe, sobre todo para los estreñidos. Leopold da un último vistazo. ¿A qué? Ah, sí. Al relato del señor Beaufoy. ¿De qué trataba? Recuerda que el periódico le ha dado una buena paga por escribir. Bueno, hoy se paga por todo, menos por estreñirse, que es tanto como parir un buen libro. El verdadero escritor es un estreñido. Pero el señor Beaufoy… 

Imaginemos que el periódico es un libro. Que lo que está leyendo Leopold Bloom en el retrete no es El golpe maestro de Matcham a una gatita sino un episodio de un Best Seller. Imaginemos que Leopold es cualquiera de nosotros y que antes hemos padecido la agonía del estreñimiento, pero que en esta ocasión, después de haber comido un riñón de cerdo medio quemado, puede que logremos evacuar con placidez. ¿Qué nos interesaría más? ¿La continuación de la novela o hacer de vientre? No nos apresuremos a responder. De pronto la novela es buena y logramos distraernos un poco, evitando preocuparnos por la posibilidad del dolor. ¿Y si es mala? De todas maneras nos queda la esperanza de una buena evacuación. 

Vayamos ahora a la realidad. ¿Será que los Best Seller logran atraer tanto nuestra atención que terminamos olvidando el dolor de lo cotidiano? ¿O son sólo pasatiempos que podemos tomar y dejar cuando nos plazca, muchas veces sin leerlo? En el fondo lo que quiere Joyce es mostrarnos el símbolo de la gatita de Matcham y de su propia gatita, la que lo acompaña al retrete. ¿Por qué? Existe una “gatita” que le escribe cartas de amor y eso lo tiene pensativo. No quiere Joyce hacernos divagar sobre el sentido de la literatura contemporánea. Eso sería indagar en una tarea para la cual se conocen sus intereses: sólo dinero, como en el caso de Beaufoy, el autor del relato que lee Leopold. 

Imaginemos que ya terminamos. No de leer el Best Seller, tan lejano de Joyce (no sólo por lo del tiempo). Terminamos de hacer de vientre. En el transcurso de tal suceso, la literatura no ha logrado desplazar ese hecho de vital importancia. Es más: parece que hemos perdido el hilo de la historia. ¿Culpa del lector o de la novela? No se sabe. A veces somos tan triviales como las cosas que leemos. Sólo falta una cosa. ¿Volver a coger el hilo de la historia? No. Otra cosa. Veamos si Leopold nos da pistas para un final.

Leopold se incorpora con precaución para no arrugar el vestido negro que llevará durante el funeral al que debe asistir. La gatita sigue acompañándolo. Así son las “gatitas”: suelen acompañarnos a lugares inesperados. Leopold vuelve sobre su acto. ¿Con qué limpiarse? Ah, cierto. El acto de limpiar las evidencias. Molly, la mujer, espera dentro de su cuarto a que salga y mientras tanto él perdiendo tiempo sin decidirse. No es fácil cuando la literatura no dice mucho, así el escritor reciba un pago por escribir. No todo el que cobra es profesional. Hay “gatitas” que no cobran. Quizá ellas llegarían a ser mejores profesionales. Detrás de cada “gatita” hay una buena historia para contar. Molly también es una gatita que coquetea con el productor del teatro. ¿Y qué? Molly ha leído la citación que le ha hecho su amante para la tarde. ¿Y qué? Leopold ha leído la carta que le envió su hija de quince años desde otro pueblo donde trabaja en fotografía. ¿Carta sobre qué? Ah, una carta de una hija a su padre, quizá más interesante que cualquier literatura porque en el fondo es más sincera. Leopold leyó que su hija le agradecía un regalo de cumpleaños… Pero ¿y la terminación del acto de vientre? Cierto. Leopold toma el periódico y arranca el papel donde leyó el relato de Matcham. El resto es literatura.

Imaginemos que somos más benévolos que Leopold con el señor Beaufoy y colocamos, sin resentimiento, el Best Seller sobre la cómoda del baño. Supongamos que ese libro, aunque efímero, podrá algún día ubicarse en un anaquel al lado del Ulises de Joyce. No es una utopía. 

El Ulises, libro imaginado por un escritor ambicioso que quería abarcar la literatura universal, es el retrato de un día en la vida de un personaje común y corriente. Un personaje que conmueve por parecerse demasiado a nosotros. Tanto que padece las enfermedades y angustias del común de los mortales. No es un superhéroe. Es un hombre sencillo. En ese hecho radica su originalidad.


Referencias

Jiménez Serrano, M. (2014). Los 5 libros que nunca conseguimos terminar de leer (y no lo reconocemos). Recuperado de https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2014-03-09/los-5-libros-que-nunca-conseguimos-terminar-de-leer-y-no-lo-reconocemos_98737/



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