Cali, 22 de junio de 2024
Por: Miguel Páez Caro, Director de Relata Ibagué.
Le preguntaron a Borges en una entrevista para el diario Paese Sera de Roma cuál era el mejor libro. “El Libro de los libros es La Biblia, a pesar que no soy católico y tampoco cristiano"[1]. Estas palabras confirman la devoción que sentía Borges por los libros.
El
fervor de Borges por La Biblia nos
remite a otro episodio en el que habló sobre su conocimiento de la Comedia de Dante Alighieri: “De mí sé
decir que soy lector hedónico; nunca he leído un libro porque fuera antiguo. He
leído libros por la emoción estética que me deparan y he postergado los
comentarios y las críticas. Cuando leí por primera vez la Comedia, me dejé llevar por la lectura. He leído la Comedia como he leído otros libros menos
famosos”[2]. Estas palabras, pronunciadas
en el Teatro Coliseo de la ciudad de Buenos Aires, integrarían la primera
conferencia del libro Siete Noches,
publicado por Borges en colaboración con Roy Bartholomew.
Gracias
a la lectura de ese texto del viejo Borges, acontecimiento que me sucedió a
comienzos de 2003, decidí leer la Comedia
y aguardar lo que viniera. El resultado fue, además de la emoción de la que ya
hablaba Borges, la escritura de un relato.
Hay
cuentos que se escriben solos. Ese podría ser el caso de La primera pieza del Tesoro, el relato que surgió gracias a la
lectura de la Comedia de Dante. Un
relato ceremonioso y ampuloso. No recomendable y por suerte olvidado. En él
intenté mezclar hechos fantásticos y reales. Hasta ahí nada nuevo. El relato
tenía un propósito: revelar el título de la obra que más influyó en la vida de
un hombre, hombre que bien podía ser Borges o cualquier fervoroso lector.
La
trama del relato muestra a un individuo (el narrador) que, para acceder a un
supuesto tesoro, va descifrando una serie de claves las cuales resultan ser los
libros predilectos del dueño del tesoro. El protagonista (el dueño del tesoro)
es un hombre que confesó en vida una notable afición por los libros y la
música, en especial la de Bach y Beethoven. El protagonista está basado en una
persona real. Eso es lo que muestra la superficie del relato.
Como
afirmaba Ricardo Piglia (1941-2017), un cuento siempre cuenta dos historias. El
cuento clásico narra en primer plano la historia 1 y construye en secreto la
historia 2. El arte del cuentista consiste en saber cifrar la historia 2 en los
intersticios de la historia 1. Un relato visible esconde un relato secreto,
narrado de un modo elíptico y fragmentario.
Teniendo
presente la teoría de Piglia, intenté dar a entender que los verdaderos
protagonistas son los libros. Sin embargo surgió un obstáculo: sentí que estaba
violentando la libertad del lector, llevándolo con el ritmo de la narración
hacia la afirmación de un elemento subjetivo que podía ser interpretado como la
imposición de una creencia personal o como un fetichismo de bibliófilo.
¿Cómo
eludir tal arbitrariedad?, me pregunté al acertar con el primer final del
relato, el cual revelaba el título de aquella obra que, según los juicios
adjudicados al hipotético lector protagonista del relato, merecía ser la Primera pieza. Estaba claro que al dar a
conocer en la trama once de los doce títulos que componían la serie del tesoro,
el lector acucioso concluiría –dado que se trataba de obras clásicas de las que
uno se encuentra en cualquier lista de internet– que la primera pieza era sin
duda la Comedia de Dante, el libro
comentado y elogiado por Borges.
Deseoso
de no llenar de basura la imaginación del lector, reescribí el final. Incluí en
este segundo intento el título Comedia,
el cual había omitido en el primer final. El lugar ahora adjudicado era el
segundo, dejando vacía, como en el desenlace original, la primera ficha de la
serie. Un poco más satisfecho con lo que quería obtener, le di a leer mi relato
a un amigo. Me lo devolvió con la siguiente frase: “es llamativo para el que le
gusta la lectura, pero no es un relato, el final es pobre”.
El
experimento, como se observa, no fue satisfactorio. Escribir un relato en el
que se quiere alabar una obra literaria es una aventura arriesgada. Yo quería
juntar dos historias en una sola: el enigma sobre la muerte de un hombre real y
mi devoción por un libro. La literatura no son solo buenas intenciones. Pero
del experimento surgió una lección: la Comedia
de Dante es uno de los libros que más impresión me han producido. Ese hecho es
innegable. Por suerte la obsesión por el relato quedó relegada. Entonces me di
a la lectura de comentarios sobre la obra de Dante. Encontré elogios
maravillosos, a veces exagerados, que en ese momento me satisfacían. Si los
leyera hoy, dudo que suceda lo mismo. Alguna enseñanza quedó para mi
experiencia como lector que sirve como testimonio para otros lectores.
La Comedia de Dante frente a la
crítica
Según
el traductor argentino Bartolomé Mitre, especialista en la Comedia, Carlyle (1795 – 1881) dijo de este libro que es el más
sincero de todos los poemas, que salido profundamente del corazón y de la
conciencia del autor, ha penetrado al través de muchas generaciones en nuestros
corazones y nuestras conciencias. Se dice que Humboldt (1769 – 1859) reconoció
a Dante y a su gran poema como al creador sublime de un mundo nuevo que ha
mostrado una inteligencia profunda de la vida de la tierra, y que la extremada
concisión de su estilo aumenta la profundidad y la gravedad de la impresión. El
mismo Mitre, después de haber adelantado la colosal tarea de estudiarlo por
cuarenta años, afirmó que su espíritu flota en el aire vital y lo respiran
hasta los que no lo han leído. El poeta y político británico Macaulay (1800 –
1859), gran lector de Dante, aseguró en una carta sobre la Comedia que era “prodigiosamente superior a lo que había imaginado”
(prodigously superior to what I had
imagined); y tiempo después agregó que “supera a la mayor obra de
imaginación que haya aparecido desde los tiempos de Homero”. Leopardi (1798 –
1837) declaró que “en aquellas profundidades excavan los siglos y encuentran
siempre nuevas inspiraciones y nuevos pensamientos”. No todos los juicios sobre
la Comedia son optimistas. Escritores
como Flaubert y Voltaire juzgaron que su excesivo universalismo iba en
detrimento de la poesía popular.
Centro
de las opiniones de grandes pensadores desde el mismo momento de su publicación
y de largos debates alrededor de sus alegorías, hoy constituye una de las
cumbres de la literatura. Dante Alighieri, el autor, es considerado el primer
poeta moderno, ya que nadie antes de él había descrito en primera persona el
itinerario de su vida; ningún poeta había sido el protagonista de su
literatura.
Injusto
es reducir un libro como la Comedia a
citar elogios y disputas. ¿Qué me quedó como lector? Lo primero es la acción
acaecida en el Canto IV del Infierno.
En ocasiones dicho episodio pasa desapercibido o es juzgado como un
acontecimiento menor al lado de otros como el relato del último viaje de
Ulises, la historia de Paolo y Francesca, el caso del devorador Ugolino o la
procesión en el Paraíso.
Lo
primero que se narra al inicio del Canto IV es que Dante cruza el río Aqueronte
y se encuentra inmerso en un hondo sueño. Apenas empieza el itinerario a través
de los círculos del Infierno, la
acción queda sujeta a las imágenes que el poema quiere hacernos experimentar
respecto de un paisaje al que, por nuestra condición de seres terrenales, somos
ajenos.
De
repente un trueno lo despierta y descubre que ha arribado al mismo borde del valle doloroso que acoge el trueno de infinitos
ayes. Profundo y nebuloso era y oscuro[3]; es decir, ha arribado
al primer círculo, sitio en el que moran las almas cuyo único pecado —según
declara Virgilio— es haber nacido en una época anterior a Cristo o no haber
cruzado por la puerta de la Fe (no haber recibido el bautismo cristiano).
El
círculo es el Limbo. La curiosidad (o quizá la conmoción producida por las
lágrimas y los lamentos de las almas allí cautivas) lleva a Dante a inquirir si
alguna de ellas ha salido de aquél recinto por su propio mérito. A lo que
Virgilio responde que muchos han sido salvados (Adán, Abel, Abraham, Jacob,
Moisés y otros personajes de la historia de la salvación) por intervención del
Poderoso (título que recibe Jesús en el Infierno, ya que su nombre no puede ser
pronunciado).
Dante
quiere desde el inicio presentar el infierno bajo el aspecto de una pesadilla.
Pareciera como si no hubiera despertado del hondo sueño o que él mismo no se
acostumbrara todavía a la atmósfera del camino que están siguiendo sus pasos:
“…que íbamos por
la selva todavía, selva, digo, que de almas se formó. Aún no era muy larga
nuestra vía de acá del sueño…”[4]
Y
mientras confirma que por fortuna no se encuentran muy lejos del lugar por el
que han ingresado, un gran fulgor en forma de hemisferio ilumina el limbo. ¿Qué
significan esas imágenes góticas?, nos preguntamos a medida que reconocemos,
junto con el poeta, que cada vez se aleja más el mundo de los vivientes.
Debió
haber imaginado Dante, en la descripción de aquel exótico entorno, que era
necesario mostrarnos el limbo, no con los angustiantes horrores que reflejarán
en adelante los otros círculos del Infierno, sino como una suave somnolencia
(más cercana del duermevela que de la lúgubre morada de Lucifer) pero
tornándose poco a poco más profunda y apocalíptica.
Se
ha hablado muchas veces de la diferencia que existe entre las literaturas
orientales y las de Occidente. Aquellas, se dice, suelen representarnos la
realidad como si se tratara de pesadillas, por lo que su lectura produce en la
mente un choque.
Al
leer episodios como el descrito en el Canto IV, sentimos que tales juicios
brotan de una apreciación superficial o de la ceguera con que se ha analizado,
en algunos casos, la literatura occidental. Dante pone de manifiesto (a medida
que avanza el viaje por el infierno) que las dimensiones de la fantasía no son
exclusivas de un determinado modo cultural; que las pesadillas y los sueños,
imágenes con las que él describe su experiencia en el infierno, son el material
predilecto de la imaginación.
El encuentro con los
cuatro poetas
El
gran fulgor es el aviso de un
acontecimiento esencial en el destino del poeta: la aparición de una
muchedumbre de personajes a los cuales aún no logra identificar, pero en los
que intuye el llamado a las cosas del espíritu, a la poesía.
Debió
suceder igual en la vida de Dante: la revelación del arte literario y del amor
representado en Beatriz fue el gran
fulgor que le permitió salir de las sombras del sueño de la vida para ir en
busca del mundo superior. Dante se dedicó a escribir versos pero ignoraba si
sus palabras influirían en el destino de otros o en la historia. Un hecho es
evidente: A partir del acto poético la vida se transforma.
Homero
fue considerado siempre cercano a los dioses. Al poner en entredicho su
existencia se le otorgó la condición de dios. Hombre o deidad, su figura es el
paradigma del verdadero poeta cuyos versos transfiguraron su condición terrena
en una substancia superior.
Dante,
al tomarlo como modelo, nos revela que su esperanza es salir de la selva oscura por donde ha transitado.
Por ello se decide a cantar al Amor (la perfección de Dios) diciendo de Beatriz
(modelo de toda belleza) lo que de mujer
alguna se había dicho[5].
Esa
declaración profunda y vital se manifiesta en el encuentro con los cuatro
poetas: Homero, Horacio, Ovidio y Lucano. El motor que mueve los sentimientos
del poeta es el Amor (Beatriz). Pero, ¿cuáles son los modelos poéticos en los
cuales apoyarse para crear una música que supere el habla ordinaria?
El
paradigma de la vida de Dante fue la obra de Virgilio. En ella el torbellino
interior encuentra un remanso de lucidez espiritual. Virgilio no es sólo modelo
de poeta. En él muchas personas del medioevo descubrieron al virtuoso, al
erudito e incluso al sabio.
Virgilio,
el personaje que conduce a Dante por el Infierno
y el Purgatorio revelándole muchos
misterios, se convierte en modelo de hombre: hacia ese espíritu superior es a
quien primero levanta su mirada el que ansía cantar al Amor.
Podría
pensarse que Virgilio es quien satisface el ideal poético y existencial del
discípulo. Por el contrario, Dante hace que en ese primer Círculo el ideal se
amplíe a los grandes poetas del mundo clásico: Homero, Horacio, Ovidio y
Lucano. Intuimos que no se trata de una simple referencia a lo que se
consideraba normal. Al ponerlos en medio de los ilustres poetas, indica que
también esos personajes tuvieron honda influencia en su quehacer poético.
Se
sabe que Dante leía con fervor a Horacio y a Lucano. A Ovidio llegó a imitarlo.
En el caso de Homero sólo conocía referencias indirectas (para aquél tiempo
Homero no había sido traducido a la lengua toscana y Dante desconocía el
griego).
Resulta
revelador que la admiración por la obra de Homero estuviera cimentada en una
intuición personal que lo hacía adivinar en el vate griego el modelo de todo
poeta. Homero había sido el fundamento de la obra de Virgilio: si Virgilio era
la máxima creación de Homero, Dante aspiraba ser la máxima creación de
Virgilio.
¿Aguardaba
el poeta encontrar a los cuatro compañeros de su maestro en el Limbo? La
respuesta está en el reconocimiento de los ideales estéticos y espirituales de
Dante, los cuales estaban mucho más allá del simple desvelo por imitar a sus
contemporáneos. Por eso la referencia a la poesía de su generación es nula. Su
ideal es de carácter superior porque el motivo de su poema es cantar la
superioridad del Amor y la Belleza.
Como
el riachuelo que después de la sequía va abriéndose paso entre la maleza que se
ha adueñado de su lecho, Dante anticipa su destino en el más allá rodeado de
los grandes poetas. No sólo aspira a contemplarlos inmóviles en la morada
eterna. Estar junto a los cinco poetas significa acceder a su sabiduría,
compartir su diálogo. El Limbo es el círculo del Infierno en el que sus moradores pueden conversar entre ellos.
Otorgarles ese don es ofrecer un premio del que él mismo quería ser agraciado
cuando llegara el final de la vida.
Dante,
viviente que ha descendido al mundo de ultratumba, ha prefigurado su destino en
el más allá situándose entre los grandes personajes. Renunciar a parecerse a
sus contemporáneos y aspirar a un mundo ideal es la raíz de su existencia. Esa
hazaña, difícil de ambicionar, justifica una recompensa: ser aceptado en el
grupo de los grandes poetas, aquellos que ya gozan de inmortalidad, como Homero
y Virgilio. Por ello nos dice que:
“(…)
con amistad el rostro a mi volvieron
y
mi maestro sonrió entre tanto:
y
muchos más honores me rindieron,
pues
el sexto fui yo en la compañía
de
los sabios que allí se reunieron”.
La
Comedia no sólo es heredera de una
época, como se ha demostrado al adjudicarle valores teológicos, filosóficos y
astronómicos. Es el testimonio de un individuo que abandonó su condición
terrena para ir en busca de un tesoro que, no obstante el esfuerzo requerido,
esconde una fortuna incalculable: la inmortalidad que el poeta logra vaticinar
con sus versos.
Referencias
Alighieri,
Dante (1966). De la monarquía.
Traducción del Latín de Ernesto Palacio. Editorial Losada S.A. Buenos Aires.
--------(1972).
La Divina Comedia. La Vida Nueva.
Introducción y comentario de Francisco Montes de Oca. Editorial Porrúa, S.A.
México.
--------(1978).
La divina comedia. Duodécima Edición.
Estudio preliminar de Jorge Luís Borges. Traducción de Cayetano Rosell. Notas
de Narciso Bruzzi Costas. Editorial Cumbre, S.A. México.
--------(1982).
Divina Comedia. Traducción de Ángel
Crespo. Círculo de Lectores, S.A. Barcelona.
--------
(2004). Comedia. Edición bilingüe.
Tres tomos. Traducción y notas de Ángel Crespo. Editorial Seix Barral, S.A.
Barcelona.
Leonhard,
Kurt (1984). Dante. Traducción de
Rosa Pilar Blanco. Salvat Editores S.A.
Barcelona.