Cali, 8 de septiembre de 2008
Por: Miguel Páez Caro, Director del Taller Ibagué Escribe y Cuenta
Aquí encaja la ejecución de mi oficio: desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables.
Quijote, Parte I, Capítulo XXII
1
La gente supone que las personas que gustan de los libros y la lectura viven inmersas en un idealismo. Cabe advertir que los idealismos aportan en ocasiones muchas enseñanzas. Pongo a consideración una historia sucedida en la Biblioteca Departamental del Valle, en la ciudad de Cali.
Un día cualquiera del año 2008 arribé a la biblioteca, ubicada en un sector muy concurrido de la capital vallecaucana, con el propósito de continuar mis lecturas, dado que la biblioteca se hallaba cerca del apartamento en el que residía por aquella época. La biblioteca constituía un espacio privilegiado para un amante de los libros. Arribé con la intención de continuar la lectura de la colección de cuentos de Raymond Carver. Minutos después ingresó una pareja de estudiantes de colegio, muy enamorados, que empezaron a examinar los anaqueles de literatura universal. El típico merodeo de los curiosos de los libros. Iban cogidos de la mano y no le dieron importancia a las miradas reprobatorias de la asesora de la sección. Cuando se dieron por vencidos, fueron en busca de su apoyo. Desde donde me hallaba escuché la conversación.
–Necesitamos la historia de Ulises– declaró el chico.
–¿La historia griega?– Inquirió la mujer con tono de experta.
Los chicos dudaron. Después de mirarse con extrañeza, la chica tomó la palabra.
–La profesora dijo que de un tal Joyce.
La mujer, un tanto confundida, señaló el computador de consultas y les indicó cómo hacer para dar con lo que deseaban. Hicieron como ella indicó. Teclearon algunos caracteres en el computador, hurgaron en los anaqueles cercanos y dieron con el objetivo. Con el libro en las manos, intentaron asegurarse de que en efecto era el famoso Ulises del que les había hablado la profesora. Se trataba de una edición en un solo volumen, con pastas color verde y letras doradas: Ulises. Al no encontrar a la bibliotecaria, buscaron mi ayuda.
–Disculpe, señor– señaló el muchacho, un mulato alto de cejas tupidas y un dragón tatuado en el brazo.
Dejé el libro de Carver (casualmente un autor que había renegado de libros extensos como el Ulises de Joyce) y les confirmé su puntería. Levanté el dedo pulgar y los felicité.
La chica, muy blanca y con un piercing en la nariz y otro en la ceja izquierda, me explicó que habían escuchado algunos comentarios.
–Nos dijeron que es una de las mejores novelas del siglo veinte y que el protagonista se caracteriza por comer riñones asados en la tasa del baño.
El aspecto de la chica era el de una roquera, asunto que en una ciudad como Cali ya es de por sí un acto cargado de heterodoxia. No tenía cara de mentir. Su curiosidad era sincera y respondía al deseo de escudriñar algo que consideraba exótico.
Aunque no creo haber aclarado las dudas del par de chicos, la anécdota me sirvió para recordar las palabras de un amigo: “Cuando el asunto es de gusto y te encuentras con un libro que no es de tu total agrado desde el comienzo o que tienes una pobre referencia de él, lo mejor es intentar leer algún capítulo, así no sea el primero; hay que aprender a jugarle sucio a los libros”.
Los especialistas en lectura no comparten esta idea. Una de sus reglas es que cuando uno empieza a leer, el libro nos debe atrapar hasta la última frase. Es cierto. Hay libros que se leen de un tirón, como El último encuentro, de Sándor Marái. Cabe reconocer que ese fenómeno no se repite con todos los libros.
Si un libro no nos despierta emoción, es mejor dejarlo. Ya llegará otro que acapare nuestro interés. Si el plan es leerlo, a pesar de que no nos seduzca, bien pueden servir ciertas tácticas.
Aquél día en la Biblioteca Departamental del Valle, en conversación con unos muchachos a los que un libro les generaba inquietud, vislumbré lo decisivo que resulta el gusto en el hábito de la lectura.
Antes de que los chicos siguieran sus vidas, dije dos o tres palabras sobre el Ulises intentando animarlos a la lectura y compartiendo algo de la emoción que yo había experimentado. No creo que haya sido convincente. Mi cabeza estaba puesta en identificar las razones de Carver para odiar las obras de largo aliento. La opinión de que en el gusto nadie puede interferir me sonó atrevida, pero había resultado útil.
2
El tema del gusto por la lectura parece no agotarse. Cierta mañana, antes de la clase de literatura con los estudiantes de grado décimo del Instituto San Juan Bosco de Cali, pasé por la oficina del Padre Mario Restrepo, el rector. Nuestros encuentros eran amistosos dado que compartíamos algunos gustos literarios. Antes de retirarme Mario descubrió entre mis cosas el Quijote. Me felicitó por el testimonio que daba a los jóvenes con mis gustos literarios y por el hecho de no quedarme con lo que enseñan los libros de texto.
Tomó el libro entre sus manos:
–Imagínate –me dijo– que el Quijote tenía el ánimo enfebrecido porque acababa de conseguir el yelmo de Mambrino. Estaba reposando en un descampado cuando se acercan por el camino doce hombres que vienen esposados y acompañados por unos guardias del Rey. Sancho le advierte que son Galeotes que van a las galeras a servir al Rey y que van forzados. Entonces el Quijote, que era defensor de la libertad, se irrita por semejante atropello y decide liberarlos. Para ello se enfrenta con los guardias hasta que logra librar a los hombres de sus cadenas.
–Maravillosa acción– repuse.
–No creo que sea tanto así –replicó Mario–. Cuando el Quijote libera los tipos, que eran unos criminales de la peor calaña, les pide que vayan donde su amada doña Dulcinea del Toboso para contarle sus proezas, pero ellos se burlan y hay un enfrentamiento en el que el Quijote lleva la peor parte porque lo dejan mal herido.
La narración de Mario duró pocos segundos. En ese fragmento de tiempo, además de atrapar mi atención, me dio una gran lección: las historias de los libros son asuntos que pueden decirnos muchas cosas para la vida cotidiana, pero hay que aprender a buscar y hay que aprender de los que tienen experiencia.
Mucho tiempo después de aquella magnífica e inolvidable lección, descubrí otra enseñanza: se puede leer un libro a plazos, ya sea que empieces por el inicio o porque te adelantas a conocer el final. En el caso de la novela La vorágine la primera frase es contundente: “Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”. El inicio es tan sugestivo que no puedes dejar de leerla. No cabe otra opción sino experimentar sus emociones paso a paso, yendo del inicio al final.
Lo mismo podría decirse de libros como la Comedia de Dante y su célebre “en mitad del camino de la vida” o de Cien años de soledad: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”
Existen otros libros que admiten una lectura fragmentada, a la manera de la célebre Rayuela de Cortázar. Lo importante, cabe reiterar, es saciar el hambre de lectura y no dejarnos vencer al primer escollo, porque quizá estamos perdiendo la oportunidad de encontrar un tesoro. Aquí cabe la frase de George Bernard Shaw en el sentido de que cuando escalas una montaña, descubres que hay montañas aún más altas por escalar. Con los libros pasa lo mismo: si logras leerlos, si logras escalar su cima, verás con más claridad el paisaje, como decía Neruda. Descubrirás que existen cimas aún más elevadas.
Existen muchas estrategias para leer los grandes libros de la literatura. José Saramago, autor de Ensayo sobre la ceguera, publicó para una editorial española una antología anotada de Don Quijote de la Mancha, libro cuyo objetivo era iniciar a los jóvenes en la lectura de ese libro, valiéndose para ello de unir los pasajes más famosos y divertidos, así como incluir notas a pie de página, anexos y cuadros cronológicos con el fin de facilitar el acercamiento de los lectores noveles a esta obra.
Si nos atenemos al ejemplo de Saramago, se puede afirmar que el Quijote es uno de esos libros que podemos leer de manera fragmentada. Existen manuales que explican de manera magistral las partes, capítulos y episodios del libro. Un buen lector, que sabe alimentar su gusto, puede valerse de alguno de esos manuales para acercarse al Quijote y saltarse algunos apartes, aunque lo ideal sería leerlo desde el comienzo, disfrutando cada episodio y deleitándose con la genialidad del Manco de Lepanto.
Si eres un lector al que lo asusta el tamaño del libro, la estrategia de buscar fragmentos y leerlos alternadamente puede resultar útil. Desde la perspectiva de los que ya leyeron el Quijote, el consejo también puede servir ya que permite releer aquellos episodios más llamativos y descubrir nuevas cosas, experimentar otras sensaciones.
Lo que hizo Mario Restrepo aquella calurosa mañana caleña fue evocar un episodio que lo había marcado y que le había generado emociones invaluables, porque la experiencia de lector consiste en recrear sensaciones que perduran en el tiempo.
Ignoro si los jóvenes con los que dialogué aquel lejano día en la Biblioteca Departamental siguieron mi consejo. En lo personal reafirmé una idea que ha sido de utilidad en mí trasegar como lector y docente: cada persona inventa sus estrategias para leer, porque el hábito de la lectura puede resultar, además de satisfactorio, enriquecedor.