El hombre que amaba la salsa. Por: Miguel Páez Caro.

La salsa y la literatura parecieran tener como amante a la ciudad de Cali. En la salsa sobran los ejemplos: Jairo Varela y su Grupo Niche, Alexis Lozano y Guayacán Orquesta, músicos que, a pesar de no haber nacido en la Sultana del Valle, la convirtieron en su musa. Cali: una inspiración salsera. Así nació “Cali Pachanguero” y “Oiga, Mire, Vea”, dos de las cientos de canciones que ha inspirado Cali. 

En la literatura el ejemplo más emblemático es Andrés Caicedo. El mechudo amante del cine y de Edgar Allan Poe que se suicidó a los 25 años aduciendo que era “demasiado viejo”. Y que repetía cada que le preguntaban por Cali: “un sueño atravesado por un río”. Hasta para eso da Cali. A pesar de sus locuras (o gracias a ellas), Caicedo nos dejó una novela en la que se mezcla la literatura y la salsa; “¡Qué viva la música!”. Los que no la han leído se están perdiendo un banquete. 


Este coctel de literatura y salsa siempre me pareció un tanto apócrifo. Hasta que conocí a Umberto Valverde. Fue en Univalle, mientras realizaba estudios de maestría. Yo, que era de filosofía, me la pasaba más tiempo en el bloque de literatura. Todo por la amistad con Leonardo Abonía. Un teatrero que amaba a Andrés Caicedo. Yo amaba la literatura y la salsa. Y fue Leonardo el que intentó presentarme a Valverde. “Vení, Páez”, me dijo. “Te voy a presentar un man que te va a encantar”. Imaginé que sería Sandro Romero Rey o algún sabio de la obra de Andrés Caicedo. Nada de eso. En un salón de paredes en las que sobresalían frases tomadas de canciones de salsa, me señaló a un señor ya mayor para aquel año 2011. Un tipo bajito, de pelo canoso y bigote a lo mero macho. “Umberto Valverde, el sabio de la salsa”, dijo Abonía. Valverde estaba rodeado de curiosos que escuchaban historias de salsa que solo él conocía. Cuentos sobre cómo se fugó Celia Cruz del régimen cubano, anécdotas sobre la vida de Héctor Lavoe en Cali, detalles desconocidos sobre las peleas entre Alexis Lozano y Jairo Varela cuando ambos artistas llegaron a Cali, chismes indemostrables sobre el amorío entre Amparo Arrebatos y uno de los cantantes del Gran Combo de Puerto Rico, los detalles del inolvidable amor de Jovita Feijoó por Cali. Me limité a escuchar en un costado. Mis deberes de estudiantes de filosofía me obligaron a abandonar el salón donde disertaba Valverde. Jamás lo volví a ver.


Tiempo después, afectado por la pérdida de Jairo Varela en agosto de 2012, comprobé que Valverde encarnaba eso que yo creía apócrifo: mezclar salsa y literatura. Luego de leer “Reina Rumba”, su biografía sobre Celia Cruz, y “Que todo el mundo te cante”, sobre la vida de Jairo Varela, entendí que Umberto Valverde había seguido esa senda trazada por Andrés Caicedo. Algo así como la narrativa de la salsa. La salsa hecha literatura. O al revés: la literatura hecha salsa. 

Gracias a sus libros descubrí que la salsa no era solo un género musical en el que cabían los demás géneros. Sino que la salsa es un sentimiento, un estilo de vida. Y que ese estilo se transformaba en un sentimiento imborrable en lugares como las discotecas de la Avenida Sexta, Changó, el Salsódromo y la Feria de Cali. Lo otro es que aprendí que se podían contar las historias de los artistas populares como Celia Cruz o Jairo Varela con buena literatura. Eso es lo que le debo a Umberto Valverde. Así mi conocimiento de él se haya limitado a un frustrado encuentro en un salón de Univalle, en el que Valverde era feliz alimentando el imaginario salsero, y en que los curiosos y melómanos como yo se sentían realizados al saber que se puede hacer buena literatura con la salsa inmortal. 


Mr. Poe*

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