Mr. Poe*

 *Cuento ganador del primero puesto en el Concurso de Cuento Corto de Manizales (Octubre de 2017)

Por: Miguel Páez Caro

Esta vez lo volví a encontrar. A primera vista parece que lo de asemejarse a Mick Jaegger era un cliché. Ahora usa ropa formal y bigote a la manera de D´Artagnan o Dalí. Una parodia de sí mismo. Las canas y las arrugas lo acorralan, pero es obvio que es otra la causa de su cambio.

El que conocí era diferente. Aparecía dos veces por semana en su moto de alto cilindraje, con chaqueta negra de cuero y gafas Ray Ban a lo piloto de avión. En nada se parecía a un profesor de literatura, pero así me acostumbré a verlo. Muy rápido descubrí su pasión por The Doors y Pink Floyd. De su afición por la astronomía supe después. También de sus libros de poesía –tres en total– y de su primer lugar en el Premio Americano de Traducción Poética, por un poema de Emily Dickinson (con el tiempo se supo que era apócrifo y le retiraron el premio).

Un día encontré algunas de sus composiciones en la revista de la universidad. Se las presenté a uno de noveno semestre, que es un cerdo para criticar. Basura refrita, me dijo, eso me suena a Rimbaud y Verlaine. El comentario no me agradó tanto como su novia, que estudia biología y se las da de intelectual por andar con él. Ella fue la que, una tarde después de hacerme el amor, contó que los poemas del profesor estaban dedicados a las tarántulas que fotografiaba por las montañas de Antioquia. También me dijo que, lo único que no se le podía reprochar, era su conocimiento de la literatura norteamericana –en especial Edgar Allan Poe– y la devoción por Georges Bataille. Poe y Bataille son sus dioses, recalcó, al igual que la hierba.

En el manicomio es otro hombre. Al parecer sufre esquizofrenia severa y recibe atención especial por parte del personal médico debido a sus delicados y repetidos estados de alteración nerviosa. Es innegable que se ha construido una vida. Muy de mañana baja del dormitorio vestido con traje formal –pantalón de paño, camisa de seda, zapatos de charol, corbata y gabardina estilo militar– y pide pan de ajo con mantequilla y huevos a la inglesa. Como en West Point, aclara. A muchos les parece divertido que actúe de esa forma. Todo un gentleman, dicen las enfermeras. A mí me resulta execrable.

 

En el tiempo que fue profesor de la universidad era un irreverente. Recuerdo la ocasión en que el consejo académico le asignó la lectio inauguralis. El auditorio estaba a reventar. Llegó en jeans y camiseta. Tiró los guantes de conducir moto y una capa que traía puesta para resguardarse de la lluvia encima del escritorio. “No esperen que me convierta en santo solo por unas palabras que me pidieron los eclesiásticos”, empezó su discurso. La cara del decano era para reírse. A mitad del evento solo quedaban curiosos. Y yo, que disfrutaba de sus locuras.

Me dicen que su costumbre de recitar poemas de Butler Yeats y Francois Villon no la ha perdido. En el manicomio su público son las mujeres más viejas. También lo han sorprendido correteando a las enfermeras y confesando que su deseo es recuperar el don poético perdido a su regreso de Escocia. Como es obvio, nadie le cree porque saben que es un profesor de literatura víctima de sus fantasmas y condenado a la soledad de la demencia. Una sombra del irreverente y locuaz profesor que descrestaba con su conocimiento y con sus opiniones sobre la influencia del arte Pop en la cultura contemporánea.

He ocultado al personal del manicomio que lo conozco desde la universidad. Sería degradante. Pensarían que es por defenderlo y no soy de los que regala elogios. Suficiente tenía con los aduladores del grupo de investigación que le lamían las medias después de clase. No me llamaba la atención solo su talento. Eran sus locuras que ponían de cabeza la universidad. Nadie niega que fuera admirado y respetado. Pero eso es otra cosa. Lo que importa es que lo esperábamos con una fascinación que ninguno despertaba. No sé si él le daba importancia, pero sabíamos que tenía algo para decir. Los otros eran loros sin cerebro. Así sucedió todos los semestres. Todos. Excepto el último.

Cuando publicaron los nombres de los titulares de cátedra, su nombre no apareció. Tampoco se informó sobre las razones de su ausencia. Quizá partió rumbo a Boston para conocer el entorno de Poe, dijo uno de los zalameros del grupo de investigación. Era cierto. Ese era su sueño: conocer la ciudad, la gente y la atmósfera en la que Edgar había adquirido aquella aureola de misterio; ese su temple de poeta maldito, nos decía. Reconozco que dicha hipótesis no resultó descabellada. Sin embargo, era eso: una hipótesis. Nunca conocimos la explicación de la universidad. Simplemente no regresó. Se tejieron otras teorías: que había adquirido una enfermedad mortal por la picadura de un insecto en la cueva de Los Guácharos, por allá en el Magdalena Medio; que lo había mordido una serpiente venenosa en El Guaico, a donde acostumbraba ir para completar su mapa celeste y avistar las lluvias de estrellas que todos los años le llenaban la mente de fervor por la perfección del universo físico. Nadie se comió esas tonterías.

Hubo mucha basura circulando sobre el tema. Ya antes había sucedido. Me refiero al mito que creaba sobre sí mismo. Aún lo recuerdo. Fue casi al finalizar el tercer semestre, durante un seminario de literatura norteamericana. Era mayo y hacía frío en Medellín. El plan que nos propuso era sobre la necrofilia del loco Poe y su adicción al opio, temas que le apasionaban. Desde la primera clase abandonó el plan. A cambio nos leyó a un tal Ray Bradbury, de quien tenía un viejo libro con anotaciones que parecían tachones de niño de escuela. Su título era Crónicas Marcianas. Una clase tras otra nos explicó el libro y a través de él toda la literatura norteamericana. Y la universal. Toda. Y la poesía también. Aquel martes de mayo, lluvioso y estragado, lo esperábamos para proseguir el tema, pero no arribó a clase. Al comienzo, cual si fuéramos chicos de colegio, celebramos su ausencia. Luego sentimos una curiosidad cercana al morbo por saber si su final había sido trágico, como él mismo había profetizado. Al día siguiente apareció para la aburridora clase de poesía del Siglo de Oro. Tenía la mejilla derecha inflamada y un gesto desolador como el bicho de La Metamorfosis de Kafka, un tema al que le había dado martillo en algún curso. Dictó la clase sin aludir a su ausencia ni a su aspecto. Al finalizar la sesión narró lo sucedido. Había salido a la media noche en su moto para uno de los cerros de Medellín en busca de un lugar para ver las estrellas. Subió hasta El Volador, donde instaló su viejo telescopio. Fumó un poco de hierba y se entregó a la contemplación del firmamento paisa. Mientras yacía recostado sobre la maleza, una tarántula trepó hasta su rostro. No temía a los arañas. Así que la dejó cumplir su destino. Aunque la picadura fue leve, le produjo náuseas, mareos y una inflamación en el rostro semejante a la producida por un dolor de muelas. Nada grave, imprevistos de la nada, las estrellas dicen que todavía no es hora, aclaró.

También hablaba de cine. Bueno. De muchas cosas. Y lo hacía con la misma propiedad con la que comentaba a Heidegger o al Marqués de Sade. Nuestra afición por el cine era más bien insignificante. Una mañana lo vimos arribar al salón con un televisor –no más grande que una tostadora– que instaló sobre el escritorio. Nos invitó a rodearlo. Luego de una breve explicación, en que habló de la revolución de las mentes, dijo que se trataba de un filme con mucha gore. ¿Mucha qué?, preguntó alguien. El profesor lo miró un poco perturbado y le pidió que prestara atención a la película. Nunca supimos si quiso enseñarnos algo. Lo cierto es que el filme tenía escenas turbulentas y mucha sangre. Gore, sexo y violencia. Aunque también buena música. Música que ya habíamos escuchado en algún bar a la salida de la universidad. Cuando concluyó enarboló una apología sobre Roger Waters y la necesidad de que cada uno sea explosivo frente a la cultura, como una molotov. Antes de concluir la clase cargó con su tostadora rumbo a su oficina y nosotros pudimos retornar a nuestra vida.

Casi al final lo visité en su oficina de la universidad. Debía entregar mis avances de investigación. Me hizo seguir y los revisó mientras escuchaba música en los audífonos. Fueron quince o veinte minutos. Eché un vistazo a su guarida. Había muchos libros. Y afiches. En el primero, ubicado detrás de su silla, tenía una foto del firmamento, muy similar a las imágenes que nos enseñaba en clase. El segundo, en el costado derecho, era la foto de una tarántula. El tercero y el cuarto, junto al anaquel donde reposaban los libros, eran de Pink Floyd, su banda favorita. Cuando terminó de revisar las cuartillas del proyecto (algo sobre la influencia de Poe en la literatura policíaca), me recriminó mi falta de rigor y lo fácil que era deducir que yo no leía media página. Antes de salir tuve la intención de ponerle un puño en la cara.

Después de esas tonterías dejé la carrera de literatura y entré a enfermería. Todos los miércoles hago prácticas en el siquiátrico. No creo que estar aquí sea muy diferente de estar en clase de literatura, pero me siento más seguro viendo la locura desde lejos. Por las prácticas fue que lo volví a encontrar.

Esta tarde me informaron que escapó el fin de semana. Parece que su mujer, una funcionaria de las empresas públicas, volvió cuando él no la esperaba y le echó en cara todo eso de creerse Mr. Poe y vestirse como un poeta de poca monta. La mujer no se había resignado a perderlo, pero su intervención aceleró el desenlace. Quizá ese era su destino. Convertirse en Edgar Allan Poe y huir en busca de su pasado. Las ancianas extrañan sus poemas. Las enfermeras se sienten un poco más seguras. El personal de salud desocupó su cuarto. Como no tuvieron a nadie más, me entregaron (“usted que tenía tan buena empatía con el profesor”, argumentaron) un cuaderno con apuntes que encontraron en su mesa de noche, con un título espurio: Método de Composición. Alegué que no me interesaba porque otro Edgar Allan Poe los había escrito antes que él, y decidieron arrojarlos a la basura. De eso ya han pasado cinco días. Hoy es mi última práctica. Creo que su mito ha muerto. Al menos para mí.

Relata: Un viaje de 18 años tejiendo historias

Octubre de 2024

Por: Miguel Páez Caro, director del Taller Ibagué Escribe y Cuenta

Celebrar el decimoctavo aniversario de la Red de Talleres de Creación Literaria “Relata” es una oportunidad para reflexionar sobre el impacto que ha tenido en el crecimiento literario de escritores y talleristas en nuestro país. Desde sus inicios en 2006, la Red ha nutrido un ecosistema creativo a donde acuden personas de diversos orígenes cuyo único interés es contar historias. Para mí, la conexión con Relata comenzó en Cali en 2011, cuando tuve la fortuna de participar en el taller Écheme el cuento, del maestro Alberto Rodríguez. Fue allí donde pude afianzar mis expectativas frente a la creación literaria, especialmente en la narrativa.

Años después, al llegar a Ibagué, mi camino literario continuó en el taller de la profesora Marta Fajardo, de la Universidad de Ibagué. Ambas experiencias formaron mi carácter como narrador, pero especialmente como lector, atendiendo a la idea advertida por Borges de que “los buenos lectores son cisnes aún más tenebrosos y singulares que los buenos autores” (Historia Universal de la Infamia, 1935), una conjetura muy útil en estos tiempos en que pareciera que sobran los escritores y escasean los buenos lectores. 

Ambas experiencias ayudaron, a la vez, para aprender los rudimentos como tallerista, permitiéndome descubrir la capacidad transformadora de la creación colectiva, además de comprender que los talleres son espacios para aprender técnicas y para compartir visiones de mundo, lo que a su vez me llevó a valorar aún más el sentido de comunidad creativa que ha promovido Relata.

En 2018 la urgencia de crear un espacio propio en mi ciudad Ibagué, me llevó a convocar a un puñado de apasionados por la literatura: Pedro Orejuela, Gladys Buriticá, Liana Martínez, entre otros amigos escritores que convirtieron en buen hábito los encuentros que hacíamos los jueves después de las 5:00 p.m. Este proyecto fue posible gracias al apoyo de Pablo Pardo Rodríguez, director de Caza de Libros Editores, otro apasionado de la literatura que ha patrocinado durante toda su vida cualquier sueño en el que confluyan los libros y la tertulia. Durante dos años este encuentro fue un lugar de reflexión, escritura y amistad, hasta que en 2020 dimos un paso significativo al postular nuestro taller Ibagué Escribe y Cuenta para la Red Relata. Fue el año de la pandemia y el que marcó el inicio de una aventura que nos ha prodigado momentos inolvidables, como las reuniones remotas a través de Zoom los martes a las 7:00 p.m.; o las sesiones presenciales que inauguramos un viernes del mes de agosto de 2021, luego de que pasáramos varios meses confinados y con la ansiedad por conocernos. En esa primera sesión post-pandemia tuvimos ocasión de comprobar que nuestro taller y nuestro grupo no era una de las muchas fantasías que inventábamos. Me refiero a que Pedrito Zambrano, Shanna Abello, Jhonier Agudelo, Marly Oyuela, Willi Gómez, Laura Pizza, Santiago Martínez y Julián Galeano, además de ser unos apasionados por las letras, eran unos seres humanos maravillosos.


Ser aceptados en Relata fue un reconocimiento al trabajo que veníamos realizando desde 2018. Desde entonces, los años de pertenencia a la Red han sido un período de crecimiento y de producción, gracias a la publicación de tres antologías literarias, No dispares antes de apuntar (2020), Antología Ibagué Relata (2021) y Los ochos colores de la palabra (2023), que reflejan la diversidad de voces que han pasado por nuestro taller. También hemos visto nacer las obras individuales de escritores como Pedro Zambrano, Gladys Buriticá, el precoz Santiago Martínez, Fred Ramírez, Liana Martínez y William Pardo. Cada una de estas publicaciones son un testimonio de los frutos que brotan cuando se cultiva con dedicación.

Los años en Relata nos han permitido acompañar a los participantes en el desarrollo de su estilo y su técnica, afianzando una comunidad creativa que comparte la pasión por la palabra escrita, de tal forma que cada sesión es un espacio donde se construye desde la exigencia por la perfección y el respeto por el trabajo ajeno, pero también donde cada escritor encuentra en sus pares un espejo que les devuelve una versión mejorada de sus propias creaciones. Como decimos en nuestro taller: “Es una opinión que cada autor puede tener a bien para mejorar sus textos creativos”.


Por ello, en el taller Ibagué Escribe y Cuenta estamos convencidos de que pertenecer a Relata no es sólo un honor sino una responsabilidad que asumimos con entusiasmo, algo que nos motiva a seguir adelante, a seguir explorando las posibilidades que ofrece la literatura para transformar vidas y realidades, porque, como también afirmamos en el taller, “escribir sana”.

Es lo que hemos experimentado durante este bisiesto 2024, en el que el grupo se ha enriquecido con el aporte de profesionales de trayectoria como Víctor Hugo Osorio, Paola Forero, Omar Moreno, Gustavo Rojas y el comunicador Óscar Sánchez, y en el que el espíritu creativo del taller se ha renovado con el aporte de los jóvenes del municipio de Santa Isabel, entusiastas aprendices del oficio de escritor que han demostrado disciplina y pasión por la escritura creativa.

Hoy, al celebrar los 18 años de Relata, miramos atrás con gratitud por los aprendizajes y hacia adelante con ilusión por todo lo que está por venir. Ibagué Escribe y Cuenta se enorgullece de ser parte de esta gran familia literaria, comprometida con el arte de contar historias y con la creación de espacios donde las voces de los nuevos escritores de las regiones puedan encontrar su lugar en el mundo.

Han Kang: La escritora que explora los límites del alma

 Octubre 11 de 2024

Por: Miguel Páez Caro, Director del Taller Escribe y Cuenta 

La reciente entrega del Premio de Literatura 2024 a la escritora Han Kang la ha puesto en boca de muchos, y no sería para menos. Su obra no sólo permite la reflexión sobre el propio ser humano, su instinto violento, sus propios dolores y sufrimientos, sino que, además, logra utilizar una prosa en la que se entremezclan lo lírico y lo desgarrador del ser. Un ejemplo de esta aseveración es La vegetariana (2007), una novela corta en la que Han nos muestra hasta dónde puede llegar una persona cuando decide romper con las expectativas sociales, desafiando todo lo que la rodea; una historia que resulta inquietante, perturbadora y, sin duda, una de esas lecturas que dejan huella en los que se aventuran a leerla. Siendo, además, su novela más célebre, La vegetariana es una buena aproximación para conocer su estilo literario.

Otra de sus obras es Actos humanos (2018), una novela que cuenta la historia de un hecho trágico, la masacre de Gwangju, a través de personajes cuyas vidas están marcadas por la barbarie, pero también por la resiliencia. En esta obra Han Kang utiliza un estilo polifónico para abordar el trauma, el duelo y la memoria colectiva, lo que la convierte en una lectura que resulta emotiva, muy recomendable para quienes disfrutan de textos que no solo narran hechos históricos como el ya mencionado, sino que tienen la pretensión de convertirse en una crítica a las formas en que se manejan y recuerdan estos eventos en el presente por parte de los medios oficiales y la historiografía, una característica que evoca novelas como El País de la canela, de William Ospina.

Uno de sus libros más aclamados, La clase de griego (2011), es una apuesta por este talento para enlazar la experiencia de dolor propio con cuestiones existenciales, las cuales la filosofía ya ha tratado. Efectivamente, Han Kang presenta a un grupo de estudiantes que evidentemente están aprendiendo un idioma clásico, pero poco a poco se va convirtiendo la clase en un entorno donde cada personaje se confronta a sus traumas, a sus deseos no amparados. La clase de griego no es solamente un lugar de aprendizaje académico, sino un espacio en el que los personajes intentan hacer las paces con sus vidas, una construcción que puede ser dolorosa y a la vez liberadora.

Lo que destaca de Kang es su talento para enunciar lo más interno del ser humano, emparentando lo íntimo con lo social y político. Si bien sus temas pueden parecer duros o incluso sombríos, cada una de las mencionadas novelas abre un espacio a la reflexión sobre nuestra propia existencia, demostrando que no se trata de una autora que busque respuestas fáciles, lo que genera un interés especial para los que nos acercamos a conocer su obra.

Aunque llevo relativamente poco tiempo leyendo a Han Kang, considero que se trata de una escritora cuyas obras no se pueden leer con afán, sino que precisa hacer una pausa, por cuanto su prosa, cargada de giros líricos, exige digerir todo lo que pone sobre la mesa. Ahora que su nombre resuena en todos los ámbitos por la adjudicación del Premio Nobel 2024, recomiendo prestar especial atención a las frases que nos regala en cada página, casi rozando en la contundencia del microrrelato y el aforismo. Pero puede que sea solo mi percepción. Como siempre, mi recomendación para generar el debate sobre esta autora es: “léanla”.

Víctor Hugo Osorio y el multiverso de la minificción

Octubre de 2024

Por: Miguel Páez Caro, Director del Taller Ibagué Escribe y Cuenta

El caso de Víctor Hugo Osorio es el de un artista integral que ha abanderado la minificción en el departamento del Tolima. Esta aseveración no obedece solo a su ejercicio como reconocido escritor de narrativa breve, sino al aporte que realiza desde la Revista Ágora, la más importante publicación de minificción con la que cuenta la literatura tolimense.



A Víctor Hugo Osorio lo conocí como docente de literatura en el municipio del Líbano, un territorio que hace honor a esa fama de ser “tierra de escritores”. En la Institución Educativa Arango Toro, donde cumplía sus funciones como docente, los estudiantes tenían el privilegio de disfrutar de clases en las que se mezclaba la alta literatura, el teatro y el cine, todo ello gracias a que Víctor Hugo ha tenido una formación que le ha permitido consolidarse, además de docente y escritor, en el rol de amante del cine y de artista plástico, oficio en el que ha producido una obra pictórica muy personal y alternativa.

En mi estancia en el Líbano tuve ocasión de vislumbrar su talento para la minificción, un género muy recurrente en esta época, pero en el que no todos los que se aventuran logran buenos resultados, dado que, como indica Violeta Rojo, se trata de un género “que rechaza los absolutos, las certezas, las afirmaciones contundentes” (Rojo, 2016, p. 376), un verdadero multiverso en el que no caben las leyes rígidas ni los sofismas, ya que es literatura pura, sin tanta retórica y con una austeridad lingüística solo comparable a la poesía oriental y a los versículos del Evangelio cristiano. 

En ese género es que ha descollado Víctor Hugo Osorio, a través de minificciones como Sinsabores de la vida, cuento en el que apuesta por invertir roles entre humanos y una mosca, creando una sátira que refleja la repulsión y cotidianidad desde una perspectiva que nos resulta inesperada y crítica a la vez. En efecto, en esta minificción la mosca, protagonista antropomorfizada, experimenta una suerte de fastidio hacia los humanos, criticando su asquerosidad, algo que evoca lo que ya había advertido Franz Kafka en textos como La Metamorfosis e Informe para una academia. Este relato breve de Víctor Hugo Osorio evoca, además, la ironía de Andrés Caicedo Estela al comparar su vida “de mierda” con la absurda rutina laboral y la indigestión emocional.

Pero Víctor Hugo Osorio no se ha conformado solo con su papel de exquisito inventor de minificciones. Su interés por este género, del que el propio autor se ha declarado un amante (Ágora, No. 5, p. 5), lo ha llevado a convertirse en el adalid de la minificción en el Tolima. Esa causa la ha abanderado desde la Revista Ágora, una especie de publicación nómada, ya que ha tenido como sede a Murillo, Líbano y Santa Isabel, municipio desde el que en la actualidad prepara su nuevo número. En Ágora el escritor y gestor Víctor Hugo Osorio ha logrado convocar a los amantes de “la imaginación, la fantasía y la ficción breve” (Ágora, No. 5, p. 5), llegando en el presente año a su séptima edición. Toda una hazaña, si se considera que esta publicación cuenta con poco apoyo oficial y que solo la voluntad de su fundador-director ha logrado que sobreviva y se consolide, a pesar de (o quizás “gracias a”) ese destino nómada que la ha acompañado desde su primer número.

Aplaudo que la literatura tolimense tenga un escritor de minificción que demuestra talento natural y profundo conocimiento de este género. Pero, sobre todo, celebro que su voluntad alcanza para motivar a que los escritores de minificción de toda Latinoamérica encuentren una publicación en la que pueden dar a conocer sus creaciones, para darle a este tipo de narrativa la importancia que tiene en otras latitudes.

 

Referencias

Osorio, V. (2022) Prólogo. Ágora, revista de minificciones. No. 5

Rojo, V. (2016) La minificción ya no es lo que era: una aproximación a la literatura brevísima. Cuadernos de Literatura 20.39 (2016): 374-386. http://dx.doi.org/10.11144/Javeriana.cl20-39.mnel

La entrevista como instrumento para generar ambientes de paz*

Octubre 4 de 2024

Por: Miguel Páez Caro

Siempre me ha atraído el significado de la palabra “ponencia”. Me atrae porque tiene mucho de polémico y poco de “es mi verdad y no me contradigan”. Me gusta hacer ponencias porque los seres humanos, principalmente los que estamos desde la orilla de las ciencias humanas, somos más dados a hacer consensos que a sentar dogmas que nadie puede contradecir. Es mi esencia y creo que viene muy al caso de lo que hablaremos hoy sobre “la entrevista”. En efecto, “ponencia” es la mezcla de las palabras latinas “ponere” (el que hace una acción), más el sufijo –ia- (que quiere decir “cualidad”). Lo que puede entenderse como: “cualidad del que presenta un tema que se debe discutir”. Óigase bien: “discutir”. No dice “monólogo para sentar una verdad irrefutable”.

Bueno. Mis compañeras organizadoras de este importante octavo “Foro por la Paz” me invitaron a hacer una ponencia. Es decir, me invitaron a proponer algunas ideas que sean provocadoras, que generen debate. Para que al final de este ejercicio o en algún momento futuro podamos dialogar desde el respeto y la tolerancia. Bienvenidos a esta ponencia.

En esta ocasión me correspondió hablar de la entrevista. No cualquier entrevista. Sino la entrevista como arte que puede crear armonía entre las personas. La entrevista como instrumento de paz. Esa es precisamente la definición que encontré en el diccionario de la RAE: La entrevista es “el arte de extraer declaraciones personales para su publicación”. Pero acudamos al argumento de la tradición, es decir, acudamos a la historia, para que se comprenda con mayor claridad mi tesis de que “La entrevista puede convertirse en un instrumento para generar ambientes de paz”.

El primer ejemplo histórico que viene a la mente son las historias del Antiguo Testamento. Si nos atenemos a lo que dice allí, la primera entrevista la hizo una serpiente en el Paraíso. Así suene absurdo, la primera entrevistadora fue una serpiente. La entrevista completa la encontramos en el pasaje del libro del Génesis titulado “Adán y Eva desobedecen a Dios”:

3 La serpiente era más astuta que todos los animales salvajes que Dios el Señor había creado, y le preguntó a la mujer:

—¿Así que Dios les ha dicho que no coman del fruto de ningún árbol del jardín?

Y la mujer le contestó:

—Podemos comer del fruto de cualquier árbol, menos del árbol que está en medio del jardín. Dios nos ha dicho que no debemos comer ni tocar el fruto de ese árbol, porque si lo hacemos, moriremos.

Es la primera entrevista y también la última vez que, según la creencia bíblica, Adán y Eva estuvieron en el Paraíso, ya que fueron expulsados por creerle a la serpiente entrevistadora de que no les iba a pasar nada. Bueno. Si nos atenemos a la lógica de los hechos, la primera entrevistadora fue también la primera periodista, pero terminó engañando con su astucia a los ingenuos entrevistados Adán y Eva. Porque no solo los entrevistó. Sino que les dio su opinión sobre los hechos. Vaya astucia. Hacer preguntas tendenciosas para que el entrevistado caiga en el engaño. Y aquí encontramos un primer elemento de toda entrevista: la entrevista debe evitar manipular la opinión del entrevistado. En el caso de la serpiente entrevistadora, ella hace lo contrario porque, además de distorsionar la realidad, su objetivo es llevar al entrevistado en una dirección incorrecta. Algo que los abogados llaman “pregunta capciosa”. Y recordemos que la palabra “capciosa” viene del latín “fraude”. Es decir, pregunta fraudulenta. Segunda conclusión: la primera entrevista de la historia fue un fraude. Espero que no me malinterpreten los teólogos y los creyentes. Sino que se trata de utilizar un ejemplo que me llevará al final de esta breve ponencia para intentar explicar un tercer elemento: la entrevista, toda buena entrevista, debe evitar distorsionar la realidad.

Retomando el caso de los entrevistados Adán y Eva, su respuesta condenó a toda la humanidad. Todo por contestar una entrevista. Quizá fue desde ese momento que se empezó a considerar la necesidad del consentimiento informado. Bueno. Dado que Adán y Eva fueron los primeros humanos, nadie hubiera podido firmar ese formato que ya en nuestra época es tan popular cuando se habla en metodología de la investigación de “entrevistas”.

Pero sigamos. No perdamos la ruta. Si la primera entrevista la hizo una serpiente, la segunda la hizo Dios. Veamos:

El hombre y su mujer escucharon que Dios el Señor andaba por el jardín a la hora en que sopla el viento de la tarde, y corrieron a esconderse de él entre los árboles del jardín. Pero Dios el Señor llamó al hombre y le preguntó:

—¿Dónde estás?

10 El hombre contestó:

—Escuché que andabas por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí.

11 Entonces Dios le preguntó:

—¿Y quién te ha dicho que estás desnudo? ¿Acaso has comido del fruto del árbol del que te dije que no comieras?

12 El hombre contestó:

—La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí.

13 Entonces Dios el Señor le preguntó a la mujer:

—¿Por qué lo hiciste?

Y ella respondió:

—La serpiente me engañó, y por eso comí del fruto prohibido.

Se trata de la segunda entrevista de la historia y de la primera vez que alguien busca la manera de eludir ser entrevistado. De negarse a dar entrevistas, como dirían los paparazzi de nuestros tiempos. Porque es claro que Adán y Eva sabían que la habían embarrado. Es decir, se inaugura la entrevista como instrumento de indagatoria moral. Es el primer juicio de que tengamos conocimiento. Pero no solo eso. Sino que es la primera vez que un ser humano busca eludir su responsabilidad diciendo: “Yo no fui, fue ella”. Como se sabe, la humanidad no salió bien librada de esta serie de engaños. Si la entrevista de la serpiente fue al estilo del periodismo de la era de la “posverdad”, en que una pregunta puede convertirse en un arma de “distorsión deliberada de la realidad”, la entrevista de Dios a Adán y Eva fue parte del primer juicio, el cual llevó a Dios a condenar a la humanidad entera. Pero nos dejó ese inquieto instrumento que es la entrevista.

Dejando a un lado las historias de la Biblia, el argumento histórico nos lleva ahora a constatar que el filósofo Sócrates, hace unos 2400 años, utilizó las entrevistas como mecanismo para dar a luz la verdad, entrevistas de las que nos dejó testimonio el gran filósofo Platón, al que podríamos llamar, si es que no hay algún dogmático en esta sala, como el primer transcriptor de entrevistas, porque fue Platón el que conservó el estilo entrevistador de Sócrates.

A la forma utilizada por Sócrates para entrevistar a la gente se le llamó “mayéutica”, es decir, ayudar a dar a luz, técnica que el filósofo griego había aprendido de su madre, que era partera y que ayudaba a las embarazadas de Atenas a que tuvieran sus bebés.

Siguiendo con el argumento histórico, cabe recordar que la primera entrevista de la historia sucedió hace no tanto tiempo, el 20 de agosto de 1859, y fue realizada por Horace Greeley, del periódico gringo New York Tribune, al líder mormón Brigham Young, fundador de la ciudad de Salt Lake City, en el Oeste norteamericano. Se dice (porque no existe grabación de esa entrevista), que, al momento de ser entrevistado, Brigham aceptó tener quince esposas, pero reconoció que sintió mucha rabia cuando Dios le reveló su deseo que él tuviera varias esposas.

Se dice que también Carlos Marx, padre del comunismo, fue entrevistado en Londres, el 18 de julio de 1871. De acuerdo con el entrevistador, un tal R. Landor, en todo momento Marx estuvo acompañado por otro alemán, muy probablemente Federico Engels. Lo curioso de estos dos casos, que son como las primeras verdaderas entrevistas de la historia, los periodistas admitieron que no estaban seguros de lo que decían, porque lo que publicaban era lo que recordaban de la charla con aquellos personajes, ya que por entonces no se habían inventado las grabadoras de audio. Otra conclusión que surge de estos casos: la fidelidad de las entrevistas depende también del que las pasa al papel.

Dejemos el argumento de “apelación a la historia” y pasemos, ya casi para terminar, al argumento de superioridad. Es decir, hablemos de las mejores entrevistas y del mejor entrevistador, pero remitámonos de una vez a Colombia, para que no demos tantos rodeos. Algo bueno podrá aportarnos este tipo de argumento. Veamos. Según el periodista Julio Sánchez Cristo, las dos mejores entrevistas de la historia de nuestro país las realizó el escritor Germán Castro Caicedo. Los entrevistados fueron nada más que Gabriel García Márquez y Pablo Escobar. Sin embargo, el mejor entrevistador de todos los tiempos en Colombia fue un lustrabotas, un limpiador de zapatos, para que me entiendan los que no conocen esta figura de los parques de las grandes ciudades. Ese lustrabotas se llamaba Heriberto de la Calle, un personaje inventado por el humorista Jaime Garzón, el mismo que fue asesinado por hacer entrevistas de humor político. Al parecer fueron los paramilitares los que lo mandaron a asesinar. Solo por hacer un chiste al jefe de los paramilitares en una entrevista. Este doloroso crimen sucedió en 1999, a finales de los años noventa, tiempo en el que la paz era muy esquiva en nuestro país y en que hacer una entrevista podía costarles la vida a los periodistas. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, desde 1958 hasta el año 2021, fueron asesinados en Colombia 430 periodistas. Y solo en 2022 se registraron 218 amenazas a comunicadores, según cifras de la FLIP, que es la Fundación para la Libertad de Prensa. Enseñanza: elige bien a tus entrevistados. No todos pueden llegar a entender tus preguntas o no todos pueden aceptar que hagas una broma cuando los entrevistas. Dios no perdonó el engaño de la serpiente. Y los paramilitares no aceptaron un chiste de Jaime Garzón. La verdad a veces también puede ser cruel.

Aunque podría alargarme por el interés y la amplitud de este tema, me quedo con las pocas enseñanzas que identificamos en esta ponencia:

Primera conclusión: la entrevista debe evitar manipular al entrevistado.

Segundo: En tiempos de guerra o de rivalidad, las entrevistas pueden ser utilizadas para engañar.

Tercero: Toda entrevista, toda buena entrevista, debe evitar distorsionar la realidad.

Cuarto: la fidelidad de las entrevistas depende también del que las pasa al papel. Si no existe una grabación, es difícil saber si fue así, por lo que es tarea del entrevistador ser la más fiel posible a la realidad.

Y quinto: hay que elegir bien a los entrevistados.

Las cinco conclusiones o enseñanzas derivadas de esta ponencia, es decir, de esta invitación a debatir, sirven para sustentar la tesis de que “la entrevista puede convertirse en un instrumento para generar ambientes de paz”. Es lo que han venido haciendo desde varias organizaciones interesadas en darle voz a las víctimas, pero también es lo que se viene realizando en las actividades que desarrolla la JEP en busca de la esquiva verdad del conflicto colombiano. No sabemos si llegaremos a saberlo del todo. Lo cierto es que la entrevista sigue sirviendo como un arte al que acudimos para comprendernos, sin alterar la verdad, dejando que la narrativa de la paz fluya. Porque también la escuela está llamada a ser un territorio de paz, y para ello se requiere hacer uso de instrumentos como la entrevista en la que, como vimos, confluye el interés de un entrevistado y la disponibilidad de un entrevistado, ambos comprometidos en mostrar una realidad lo más fielmente posible, sin distorsionarla, sin alterarla. Una idea que, bien llevada a la práctica, puede generar ambientes de paz en nuestras instituciones educativas, porque en últimas la entrevista es diálogo y es encuentro. Pero también manifestación de que los seres humanos somos más narrativos que estadísticos. 

Nos gusta más la entrevista que la encuesta. Pero hacer entrevista es más dispendioso y requiere mayor esfuerzo, porque significa encuentro y consenso. La encuesta, que es cuantitativa, es fría ya que solo permite unas cuantas opciones y genera conclusiones que son porcentajes. Los seres humanos somos narrativos por excelencia, pero tiene un alto precio, porque la narrativa depende del que la cuenta y en esa medida debe haber un equilibrio entre el entrevistado y el entrevistador, para que esa narrativa no distorsione la realidad Invito a mis estudiantes y a todos los presentes a que utilicemos más el diálogo y abandonemos las armas de la intolerancia. A que usemos artes como la entrevista y depongamos armas como "querer tener siempre la razón". Dialoguemos en vez de agredirnos. Que es precisamente lo que hicieron un grupo de estudiantes de grado noveno de la I.E.T. Camila Molano de Venadillo, con las entrevistas realizadas a habitantes del municipio que han sido víctimas del conflicto o que se dedican a pensar la paz y a crear paz.

*Ponencia presentada en el 8o Foro por la Paz, I.E.T. Camila Molano, Venadillo, Tolima, octubre 4 de 2024.


Edgar Allan Poe

Medellín, 26 de septiembre de 2009

Por: Miguel Páez Caro, escritor y docente.

Conocí la obra de Edgar Allan Poe allá por el año 1993, gracias a Carlos Ortiz, profesor de la Universidad de Antioquia. Fueron mis lecturas de iniciación en la literatura, todo debido al apasionamiento de un profesor que hablaba de Poe como si siguiera vivo. En memoria de Carlos Ortiz y su aporte a mi vocación por las letras, escribí un relato titulado "Mr. Poe", con el que gané el 2o Concurso de Cuento de Corto de Manizales, en 2017, un cuento que habla sobre las miserias de un profesor que se creía el nuevo Edgar Allan Poe. Según Borges, no podría haber existido la obra de Poe sin esos elementos: “sin la neurosis, el alcohol, la pobreza y la soledad irreparable, no existiría la obra de Poe" (citado por Mayares, 2022). De ahí que escribir sobre el autor de "El cuervo" represente el reconocimiento de que la literatura está plagada de los sentimientos más humanos, de nuestros errores y nuestras pequeñas victorias. Aquí un acercamiento a su obra. 

*

La influencia del escritor norteamericano en la literatura moderna no se limita al papel que desempeñó como oráculo de la renovación poética abanderada por Baudelaire y Mallarmé. Su obra en prosa es considerada precursora del cuento moderno y de la literatura policíaca. En el caso de su poesía, se caracteriza por: a) musicalidad y renovación en las formas líricas, y b) análisis subjetivo de temas como la muerte, la soledad y la melancolía.

Cabe señalar que Poe aspiró siempre a ser reconocido como poeta, y que no le agradaba la idea de que se le identificara como cuentista. Muchos indicios permiten deducir que tal aspiración no alcanzó su objetivo. Su inestabilidad emocional y la necesidad de pagar los costos de la supervivencia diaria lo convirtieron en maestro del relato corto y en uno de los críticos literarios más leídos de Norteamérica. Pocos fueron los poemas que compuso. Unos cuantos transformaron la poesía europea (principalmente en Francia) y permitieron que otros poetas tuviesen ideas diferentes de las imágenes, las formas y los ambientes que la poesía debía crear.

Dos poemas de su autoría permiten entrever por qué esa influencia fue determinante para la poesía de los siglos XIX y XX. El primero es Las Campanas, poema cuya estructura posee un “estribillo”[i] que lo convierte en puro ritmo:

 

Hear the mellow wedding bells-

Golden bells!

What a world of happiness their harmony foretells!

Through the balmy air of night

How they ring of their delight![ii]

 

El otro poema es El durmiente:

 

Oh, lady bright! Can it be right-

This window open to the night?

The wanton airs, from the tree-top,

Laughingly through the lattice drop-

 

The bodieless airs, a wizard route,

Flit through thy chamber in and out,

And wave the curtain canopy

So fitfully —so fearfully—

About the closed and fringed lid

´Nead which thy slumb´ring soul lies hid…[iii]

 

Ambos poemas dan una idea de la renovación de la lírica, la cual fue difundida por Baudelaire, el gran traductor de Poe al francés. El mismo Baudelaire, refiriéndose a la “extraordinaria importancia que Poe concedía a la rima” dice:

 

En el análisis que él efectuó sobre el placer matemático y musical obtenido por el espíritu en la rima depositó tanta meticulosidad y sutileza como en todas las demás cuestiones referentes al oficio poético. Igualmente, así como demostró que el estribillo se presta a unas aplicaciones infinitamente variadas, trató de rejuvenecer, y de potenciar el placer de la rima, añadiendo un elemento inesperado, la extrañeza, que resulta ser algo así como un condimento indispensable de toda belleza. A menudo emplea de modo feliz las repeticiones del mismo verso o de varios, la obstinada reiteración de frases que reflejan obsesiones de la melancolía o de la idea fija, el estribillo puro y simple, pero con múltiples variantes en su aplicación; el estribillo –evocando la indolencia o la distracción-, las rimas redobladas o triplicadas y también un género de rima que introduce en la poesía moderna, pero con más cautela e intención, las sorpresas del verso latino.”

 

En cuanto al desarrollo de temas obsesivos el ejemplo es El Cuervo, extensa meditación sobre la muerte. La melancolía es el tono espiritual de este diálogo sobrenatural:

Y el incierto y triste crujir de la seda de cada cortinaje de púrpura me estremecía, / me llenaba de fantásticos temores nunca sentidos, / por lo que, a fin de calmar los latidos de mi corazón, me embelesaba repitiendo... 

 

Además, su escenografía está ataviada de libros, entreluces y figuras de museo:

 

Una vez, en una taciturna medianoche, mientras meditaba débil y fatigado, / sobre un curioso y extraño volumen de sabiduría antigua, / mientras cabeceaba, soñoliento, de repente algo sonó, / como el rumor de alguien llamando suavemente a la puerta de mi habitación /

Hay que reconocer que ningún humano viviente / nunca se hubiera preciado de ver un pájaro encima de la puerta de su habitación. / Un pájaro u otra bestia encima del busto esculpido encima de la puerta de su habitación /.  

 

Este poema que, según Baudelaire, utiliza “el tono más poético de todos, el melancólico, y el sentimiento más poético, el amor a una difunta”, evidencia el gusto que Poe manifestó “hacia las bellas formas, particularmente las bellas formas singulares, los ambientes cargados de adornos y los lujos orientales”. Pareciera que Baudelaire estuviera describiendo la estancia de José Fernández, el protagonista de De sobremesa, obra en prosa de José Asunción Silva. Tales ambientes y temáticas, poco comunes en la poesía anterior a Poe, van a sacudir las entrañas del arte poético y a generar una serie de terremotos espirituales en los artistas del siglo XIX, siendo Baudelaire el primero en caer bajo sus embates[iv].

Poe, poeta maldito y ebrio cuya obra está cargada de símbolos, también dejó su huella entre los poetas colombianos del Modernismo. Xavier Villaurrutia dice al respecto: “José Asunción Silva ha leído a los grandes románticos y ha ensayado una adaptación al verso español de los recursos musicales de algunos poemas de Edgar Allan Poe”. Y su vida nos recuerda algunos aspectos del drama de otros grandes poetas, como es el caso de Porfirio Barba Jacob.

El debate sobre la influencia de Poe cada día se acrecienta más. Basta con agregar que escritores de la talla de Julio Cortázar y Jorge Luís Borges han declarado la gran influencia recibida por parte del escritor de “El gato negro”. Su obra sigue alimentando la curiosidad de los lectores y las investigaciones de los eruditos. Pero, sobre todo, Poe sigue consolidando su rol como figura clave de la literatura contemporánea.



[i] Baudelaire llama así al estilo de musicalización poética utilizado por Poe.

[ii] “Escuchad las dulces campanas nupciales./ ¡Campanas de oro! / ¿Qué mundo de felicidad su armonía anuncia / en el fragante aire de la noche? / ¡cómo transmiten por doquier su delicia!

[iii] ¡Oh, ilustre señora!, ¿Cómo puede estar bien / esta ventana abierta en la noche? / El aire travieso, desde la cima de los árboles, / pasa riendo a través de la reja. / Aires incorpóreos, revoltoso brujo, / entran y salen de tu aposento revoloteando, / y mueve el dosel de las cortinas / tan caprichosamente –tan temerariamente- / por encima de la cercana y orlada cobertura / bajo la cual tu alma adormecida reposa escondida...

[iv] Anabel Lee y Lenore son poemas en los que puede corroborarse el uso de temas obsesivos por parte de Edgar Allan Poe.

Mr. Poe*

 *Cuento ganador del primero puesto en el Concurso de Cuento Corto de Manizales (Octubre de 2017) Por: Miguel Páez Caro Esta vez lo volví ...